domingo, 21 de enero de 2007

Poemas para la Mounstra



Pensamientos a la Mounstra

“En un atardecer de cuyos fuegos ( los de ella) arden en mi ser”.


I
Manantial abierto;
irriga ensueños,
en la prolongación…
azul callada de la noche,
en que te pienso.

II
Soy un árbol
solitario al alba,
extiendo mis ramas
para alcanzarte,
aliciente dama de rocío.

III
Ya presiento la tormenta;
en que tráfagos de furia;
volcarán sus proas los galeones;
abordo de quienes decidimos cruzar;
los obscuros océanos de la incertidumbre.




Ciudad del yermo.
Antigua capital del patriarca Xidé.
Luminoso Invierno de 2003.
Por acción infinitamente poderosa
de la mounstra.



Romance del niño marino


Acostumbrado arriar velas en contra del cielo en calma,
dejar las amarras en el muelle y zarpar sin ancla.
No regresar la mirada a los caseríos del puerto,
con los aparejos rotos y señales de alerta en la pleamar,
partir con la inevitable insurrección del timonel y una tripulación de corsarios
amotinada desde la eslora, en lontananza a los catavientos.
Fondear los litorales de aquella ínsula rodeada por las marismas del misterio.
Enfrentar al pairo con las arboladuras astilladas, sobre las crestas del océano en su furor.
Librarse del encallamiento que ocultos atolones aguardan el rumbo de nuestra barcaza.
Fondear la dársena del delta en que algún río arroja los obscuros desperdicios de la civilización.
Abordar otras embarcaciones, y aniquilar su preciada carga de esperanza y naufragar,
quedar a la deriva, inmerso en la suspensión liquida de la marejada silente,
expuesto a la máxima contemplación del tiempo, en una de sus dilataciones,
divagar por días de ardor y noches de exudación, delirando rutas dictadas por crípticas constelaciones, sin la certeza de lograr permanecer a flote.

Y llegar a ti; tierra firme que todo expedicionario suplica encontrar más allá de sí mismo, landa de selvas pródigas, de llanos dedicados al cultivo de la belleza, y páramos yertos en los primeros indicios de la sangre, crepitando en el altar donde los salvajes ofician el rito de la eidostanasia…luego entonces, los conquistadores quemaron sus estandartes y renegaron de sus reyes, doblaron los filos de sus toledanos, ante la sinuosa extensión de tus feminuras, y decidieron partir y desaparecer. Escribo estas palabras en algún peñasco de tu memoria, para que los hombres de otras eras conozcan la historia de mi vida. Haré hogueras por el resto de la noche, y alabaré tu verdadero nombre, tan secreto que no puede escribirse en idioma alguno, o signo conocido… Voy a laudar una cítara, voy a graffitear los muros de los templos en Delfos “ Anhelo ser el verbo de la mounstra...” .




MAR ADENTRO DEL OCÉANO MÍTICO
Mensaje dentro de una botella,
Sin posibilidad de medir el tiempo...


Adiós a Medusa

Para no volver a convertirme en piedra; opto por huir de ti. Lo hago con gracia de mis más protectores dioses, en tanto escupo libaciones de sangre, entre los dientes, expelo las costras que de mi último derramamiento, traigo en las encías. Como un breve arroyo que no cesa de acarrear los vestigios de donde antes existió un templo… Ya alguna vez, tras la consumación de los torneos, en que ganamos el honor de intentar matarte, Mounstra…Los peltrastas deseábamos contemplar a la tupida de sierpes. Y dar tajo a su cuello. Navegar el Egeo; a través de los mismos periplos ruinosos de Odiseo, y retornar a la ciudadela de Atenas. Con los laureles de la victoria, y el recuerdo de todos los héroes muertos…con mi broncíneo escudo despostillado, y rota la jabalina, por la mitad de su empuñadura; mis pies abiertos de sus carnes, y la peste de tu cuerpo, de lagarto a cuestas…Todavía me paralizan las articulaciones, y a veces despierto echando una espuma, como el verde tono de un reptil, solazándose en el pantano… de mi boca… oscura y siento la misma fiebre de cuando conocí, tus colmillos, penetrando de mi cuello sus venenos…por la toda vida que supe anochecer a tu lado.






Ante penúltimo poema para la Mounstra

Me he propuesto desconocer todo pacto que tu recuerdo haya signado con
premeditación.

Voy a liberar todas mis nimbos y dejaré disipar las neblinas del tiempo.

Estaré sobre la cumbre de mi mayor abismo, esperando el rayo.

En cuanto el presagio se cumpla, tumbarán las trompetas.

Y se abrirán todas las aldabas del silencio en llamas.

Bajo mis pies, acabará el mundo cuan conocido.

Te llamaré con rimas loas y ditirambos.

Desde el Hades hasta el Olimpo.

Porque siempre te invoco.

Y a pesar del otoño.

Permaneces.

Y eres.

Mia.




Ciudad profana en el páramo.
Terrible Otoño de 2004.
En el día que un planetoide negro,
rondó la tierra.




Penúltimo poema para la Mounstra


Inconsciente de su locura
La mounstra delira como una posesa
Como una zorra atrapada y rabiosa
Acecha la mounstra en el bosque
Como una sombra que deambula con las garras cruzadas
Entre la espesura de la madrugada
Como una antorcha a punto de extinguirse en el fragor de la batalla
Como el mar de triste reflujo picado de pronto
Al pie de la horca sin esperanza
Al pie del árbol
Como el oleaje que llega antes del maremoto sobreviene
En la vaciedad de sus ojos se reclinan las brujas a descansar
Hiedras y espinos rodean su sexo
El paso de las nubes apenas le cubren sus piernas
Sus pechos son como dos alondras que caen
Como una maleza obscura hisurta la mounstra
Como una caida de agua sobre las arenas del pasado
Nada se escucha en la hora de piedra y savia
Únicamente el terrible resplandor de mi voz
A la distancia del cielo a la orilla del eco
Donde la mounstra reina y se solaza
Y se celebra a sí misma y jamás se repite...


Primer páramo del Mezquital
Año y día en que por desgracia; la Mounstra atacó al poeta.





Último poema para la Mounstra

Sólo son nuestras, las mujeres que nos han abandonado.
Jorge Luis Borges


He permanecido yerto ante la posibilidad de la noche.
En espera de que algo como tu nombre ocurra para testificarlo.
Ya siento mis raíces, inermes ante la certeza del precipicio.
Y ya nadie pasa por aquí...

Desde la primer negrura del crepúsculo.
Te contemplo.
Como un niño que se aleja de tu mano.
Y llora porque se sabe perdido.

Recuerdo que te amaba. Todos los días.
Muy de mañana encendía teas de sándalo.
Preconizaba tu cuerpo y doblaban los címbalos por ti al alba.
Había un demonio rondándote...

Pero algo sucedió en la aldea. Ocurrieron eclipses aislados.
A veces eras la luz. De las tinieblas más hondas.
Otras tantas, una nube.
Gris yacía sobre tu casa. Mientras las olas retrocedían. Tierra adentro.

Las mañanas terminaron en tránsfuga con los acontecimientos.
Sé que no fue la mejor de las mareas.
Si acaso hubo que recurrir a la recuperación, de las mismas anteriores barcas.
Alguien que no era yo, en el umbral de la tempestad, se desplazaba.

Comprendo que es demasiado tarde para recuperar la verticalidad.
Y que jamás te dije suficientes pájaros para resarcir la aurora.
Me parece que todavía quedan evidencias de lo que te predije.
Aún no termina de llegar, el silencio a colmar la noche.

Te dije: hay una estrella azul que reactiva tu mirada.
Hay una sirena detrás de tu lengua. Y un caballo volando entre tus piernas.
Te lo dije muchas veces, eres la hija del rey Midas.
Todo lo que tocas, se vuelve sólido y brillante.

Alguna vez te tuve, como se tiene en el pecho, a un tigre, imposiblemente dormido.
Conocí todas tus pieles, como un batidor que se obsesiona con la misma presa.
Supe que la luna llena, te causaba la misma apetencia de las lobas.
Y que por eso, en noches desiertas, devorabas hombres.

Si en algo corresponde, acepto que fue la mejor de mis acechanzas.
Cuando el diablo me pregunte ¿cómo es la bestia que me describis?
Ella tiene la mirada de una paloma perdida en el celeste.
Y su boca suena como el llanto de una amazona ausente.

Ella acostumbra dormir desnuda sobre folios de narcisos.
Ella me mira y me canta y tensa su arco y dispara una saeta.
Y su grupa tiembla mientras galopa sobre el viento.
Y yo la veo venir, como se mira por primera vez, el sol ardiendo.

No voy esperar más la siguiente ola.
Me iré a pique con la próxima marea.
Si alguna gaviota me recuerda.
Habré llegado al fondo.



Inmemorial desierto del Valle del Mezquital
Triste Verano del 2004
Mounstra. Sólo tengo de ti la ausencia.